domingo, 26 de octubre de 2014

Del divide y vencerás


   
     El siniestro e interesado juego de las diferencias que el poder económico, el auténtico poder, alimenta con el objetivo de separar, aislar y enfrentar a las personas para poderlas manipular y someter a su antojo, que es lo mismo que decir en su propio beneficio, con la vasta e intrincada malla de medios de control y represión que para tal fin posee, es el juego al que juegan los nacionalismos.

    Las divisiones que tan fructífero sistema y quienes lo sustentan realizan con los seres humanos, pueden ser casi infinitas: hombres-mujeres, blancos-negros, heterosexuales-homosexuales, catalanes-españoles... Y la cantidad de medios de que dispone para mantener y perpetuar esas divisiones son tantos como la imaginación de uno le permita imaginar: la escuela, la familia, el trabajo, el futbol, los medios de comunicación y, por supuesto, la bandera y la sacrosanta tradición.

     Este macabro y lucrativo juego, que entiende la diferencia como lo extraño, lo antagónico e irreconciliable, este juego incapaz de reconocer el enriquecedor complemento que supone la diversidad, es el camino que conduce a la desigualdad, que abre de par en par las puertas a la homofobia, al racismo, a la xenofobia, al machismo o la misoginia, lo que inevitablemente trae consigo, discriminación, persecución y una insaciable represión que no para de llevarse gente por delante. De esta aberrante concepción de la diferencia, nace la idea de lo que es normal y anormal. Así, concebido como paradigma de lo normal, situaríamos en lo más alto de la escalonada pirámide de la desigualdad al hombre. Al hombre blanco, occidental, heterosexual, católico, casado, conservador, sin ninguna discapacidad física o mental y, puestos a afinar, putero y con una enfermiza pasión por el fútbol. Puede ser culto y con estudios, pero no es imprescindible. A nuestro paradigmático hombre le basta su arrogancia para sentirse superior. En el extremo opuesto, en la base de la pirámide, estaríamos los demás, la inmensa minoría.

     Esta concepción nos permite comprobar cómo el grado de rechazo y discriminación que padece una persona va aumentando a medida que se aleja del patrón de la inmaculada normalidad. Lo curioso de este piramidal sistema es que según vamos descendiendo escalones se pone en marcha un mecanismo de defensa que convierte cada nuevo escalón en un coto impermeable que asimila y reproduce de una manera grotesca el citado modelo de normalidad, rechazando, en algunos casos con mayor virulencia al diferente. De esta forma ya no importa en el escalón que se esté, cada uno se verá sí mismo normal, es decir, mejor y superior a los demás, con los que no dudará en hacer piña cuando se trate de diferenciarse del anormal; lo que les lleva al convencimiento de que son mayoría, que los normales son la mayoría y que los anormales somos siempre la inmensa minoría.

    Evidentemente, este sistema con su dogmática y estúpida doctrina de la diferencia, que podría incluso resultar divertida si no fuese por las dramáticas consecuencias que conlleva, consigue distraernos lo suficiente para que no nos ocupemos de lo esencial: la lucha contra la injusticia y la desigualdad. Es frente a eso frente a lo que tenemos que hacer piña. Mientras sigamos jugando al jueguecito de los nacionalismos, de las fronteras y las banderas, seguiremos favoreciendo ese sistema que se beneficia de las falsas diferencias. Es el divide y vencerás.

    El sinfín de maniobras de distracción con que nos inundan los eficientes y disciplinados comparsas del poder para que no nos percatemos de cual es en realidad la lucha que hay que afrontar, la necesaria, la que acabe de una vez por todas con la explotación del hombre por el hombre, son, también, infinitas.

    Y no pueden permitir que alguien cuestione su sistema y menos aún que lo combata. Pese
a que hacen bien su trabajo, idiotizar y manipular a las personas hasta el punto de que muchas de ellas sienten que son libres, los idolatrados y sumisos comparsas, no pueden distraerse, no pueden dejar ningún resquicio por el que llegue a colárseles un subversivo descarriado. Y sin embargo... ¿Me hace más libre saber que el maltratador que me maltrata ha nacido donde he nacido yo? ¿Qué el ladrón que me roba y el explotador que me explota hablan mi mismo idioma? ¿Qué el policía que me apalea es del mismo equipo de futbol que yo? ¿Qué el cura pederasta que ha abusado de mi hij@ se ha criado en mi mismo barrio?... No, no es eso lo que me hace sentirme más libre o mejor. Ni eso ni ninguna otra patraña que interesadamente nos hagan creer. No, lo que me hace sentir libre y aspiro a que si no yo, si lo consigan mis hijos o mis nietos, es luchar contra el maltratador, el ladrón, el explotador, el policía represor, el cura pederasta... allá donde se encuentren, hablen el idioma que hablen y se escondan tras la bandera que sea. Lucharé y defenderé (por ejemplo) los derechos de las mujeres, sean estas catalanas, sevillanas, madrileñas, peruanas o lesbianas, porque todas ellas, hayan nacido donde hayan nacido o sea cual sea su orientación sexual, todas son víctimas de la misma discriminación.
   
   El problema es sistémico y da igual que la mierda te caiga en Madrid, Barcelona o Teruel, la mierda es la misma. A no ser que pienses que en tu ciudad se caga más bonito, entonces, el problema no es sistémico, el problema es enteramente tuyo.



 ©Rafa Chevira


2 comentarios:

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