“Toda maldad es poca
comparada con la de la mujer” Eclesiástico 19.
“Por la mujer comenzó
el pecado y por ella moriremos” Eclesiástico 24.
Desde luego no puede decirse que las mujeres empezasen con buen pie. Gracias a las didácticas aseveraciones que —como estas dos joyitas— inundan la Biblia y con las que el señorito de los cielos maldice y condena eternamente a la mujer, esta ha estado sometida por imperativo divino a la despótica dominación del hombre, investido por la gracia del altísimo (que maldita la gracia) en amo y señor. Por los siglos de los siglos. Amén.
La mujer es, sin falsas lisonjas y más allá de particularidades, un ser dotado de una inteligencia, una fuerza y una sensibilidad que se aproxima a lo que a uno le parece que debería ser una persona y que nos permite albergar, si acaso, alguna esperanza en cuanto al futuro del género humano. No deja de estremecerme el coraje con el que la mujer se ha enfrentado —y sigue haciéndolo— al menosprecio, los abusos, la violencia y la discriminación de la que ha sido y es objeto por parte de un sistema patriarcal y machista, haciéndolo además y por si fuera poco, con la pesada losa a cuestas de la ya mentada visión misógina que de ella nos brinda la Biblia.
La lucha de la mujer por conseguir ser, ser ella misma y para ella misma, y no en función del hombre y para satisfacer las necesidades de este, por conquistar la autoestima y la dignidad que se le niega, por vencer la resignación y alcanzar la igualdad, es una lucha justa y que necesariamente hay que ganar. Con todo —que no con todos— en su contra, con la calidad humana que la define, armada con esa asombrosa capacidad de trabajo, con su entrega solidaria y superando, como lo hace, los miedos y sufrimientos que tantas veces la acompañan, ha logrado alcanzar un nivel de igualdad jurídica y social con respecto al hombre, a la que hace tan sólo unos años ni siquiera se consideraba que tuviese derecho. Pero a pesar del papel que diariamente desempeña, que se me antoja imprescindible, y en tanto que muchos hombres, demasiados, sigan siendo tan hombres, tan machos, obtusos y prepotentes, será necesario todavía cambiar muchas cosas, demasiadas, para que la mujer alcance la igualdad plena y real. Quedan vejaciones, insultos, desprecios, palizas, violaciones; queda la explotación. Aún hay que recuperar muchas vidas secuestradas y hay que devolverle su sonrisa a muchos corazones aterrados.
Ochocientas mil mujeres mueren anualmente en el mundo a causa de la violencia. Abrasadas, acuchilladas, atropelladas, rociadas con ácido o de una brutal paliza; todas victimas del atroz machismo y de una cruel indiferencia. Qué fácil le resulta a un machista insultar a la mujer, humillarla y ultrajarla; qué barato le sale maltratarla, y qué cómodo tenerla a su lado para tener en quien descargar todos sus manifiestos complejos de inferioridad. Qué terriblemente fácil le resulta, al fin, por sus santos cojones, matarla. Y no es raro encontrar quien desde un egocéntrico machismo afirme, dejando al descubierto su calidad humana, que si la mujer acaba así, es porque algo habrá hecho, lo que quiere decir, en primer lugar, que justifica el hecho, ya que da por sentado que la mujer se lo merece; y en segundo lugar, que le otorga al hombre la lícita y suprema facultad de erigirse en verdugo.
Hay mujeres que maltratan, por supuesto; malas madres, también; hay feministas más machistas que el que más y lesbianistas sectarias, sí. Es cierto, pero no son ni pueden ser referencia. La generosa lucha que lleva a cabo la mujer, que no teniendo bastante con lo suyo, se solidariza e implica en mil batallas más, sacando fuerzas y tiempo de no sé donde, no puede verse eclipsada por la actitud de unas cuantas que provocan en ella, si cabe, una mayor perplejidad y rechazo, porque no sólo frenan su lucha reproduciendo el modelo machista que combate, sino que además, da argumentos a quienes pretenden mantenerla, a toda costa, sumida en la desesperación.
Es necesario que todos los hombres, tanto heterosexuales como homosexuales, que vemos y sentimos a la mujer como a un igual, comprendamos y hagamos comprender lo urgente de esta batalla, lo urgente que es acabar de una vez por todas con esta sangrante lacra con la que convivimos a diario y que de una u otra forma, a todos nos salpica. Es urgente que nos plantemos, que nos movilicemos y empeñemos nuestro esfuerzo en hacer desaparecer la primera y más cruel de las discriminaciones.
Entiendo que haya a quienes este texto no les parezca más que un burdo panegírico. Es comprensible que con las prisas que tenemos, con el poquito tiempo que nos deja el futbol, con esa compulsiva y básica necesidad de comprar, comprar y comprar que nos embarga, con la absoluta claridad que vemos todo y lo superado y aburrido que resulta oír cosas como estas, haya quien prefiera dar la espalda, hacer oídos sordos y limitarse sencillamente a ignorarlas para así no ver perturbada la consumista y contemplativa degeneración en la que viven. Es comprensible, viviendo dónde y cómo vivimos, es comprensible. Pero si esto es comprensible, lo otro es imprescindible. Y pueden contar desde ya con que a esta gente, a los bíblicos machistas, a los bocazas, a los anti abortistas, a los del silbato y los ascensores... seguiré, en la medida de mis posibilidades y mientras las injusticias sigan campando a sus anchas, atiborrándoles con todos los panegíricos y panfletos que sea capaz, para contrarrestar la nociva e insolidaria ceguera que les corroe y que permite y alienta, de mil maneras, que el machismo se siga llevando mujeres por delante.
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