Hoy han matado a un niño, han matado a muchos más, pero es el mismo. Es el mío, el tuyo, el nuestro... Y lo han hecho, como lo llevan haciendo siglos, con total impunidad y amparándose en el odio visceral que sus intereses económicos, sus religiones y sus ideologías, tratan de legitimar.
Hay que acabar con el distinto allá donde
se encuentre, hay que exterminarlo y borrar toda huella de su existencia y
hacerlo, además, de la más lucrativa manera. Contamos para llevar a cabo tan loable
e imprescindible empresa, con el beneplácito de Dios y, por supuesto, con
dinero. Pero eso no es suficiente garantía para asegurarnos el éxito,
necesitamos también una ingente cantidad de borregos dispuestos a creernos, a
seguirnos y aplaudirnos, a votarnos (esto no es del todo necesario), a
defendernos, a ejecutar el plan, a dar la vida si es preciso y a colaborar
económicamente o con su silencio. Esto, que podría parecer lo más difícil de
conseguir, también lo tenemos. El mundo es nuestro.
Así lo hicieron y lo siguen haciendo,
matando niños, sembrando miedo, arrasando ciudades, fomentando el odio y
sepultando sueños. Lo hicieron los españoles en América hace quinientos años, lo
hicieron los nazis en Europa el siglo
pasado (un siglo, dicho sea de paso, muy beneficioso para los carniceros), lo
hicieron al otro lado del telón de acero, los yanquis en Vietnam, en Camboya,
en Irak... lo hicieron en África, en Chile y Argentina, lo hizo en España el
Funeralísimo, que sembró las cunetas con lo mejor que teníamos y amamantó a muchos
de los actuales señoritos. Y ahora es Gaza, ahora son los palestinos el pueblo
elegido, son sus niños, los tuyos, los míos. Y seguirán matando porque es lo que
hacen los asesinos, matar: con un tiro en la nuca, con bombas inteligentes, con
minas anti persona, con inyecciones letales, con misiles de largo alcance, con
sogas, con porras o de hambre. Matar, esa es la clave. Necesitan muertos, tantos
como sea posible, muertos de todas las razas, sexos y edades, porque cada
muerto aumenta su poder y lo hace en la misma proporción que cada guerra su
riqueza. Y no piensan parar.
Nosotros, en este momento y a este lado de
la vida, no tenemos por qué preocuparnos
(o al menos eso creemos), porque las bombas tienen la buena costumbre de caer a
miles de kilómetros de aquí. Aquí tenemos series de televisión, parques de
atracciones, campeones del mundo, bufones de todos los colores y móviles de
última generación. Así que lo más inteligente es que nos estemos calladitos. Callad
y disfrutad. El problema, en el caso de que nuestra anestesiada conciencia nos
permita verlo, es que nuestro silencio nos convierte en cómplices de la
matanza, nuestro silencio será la manta que cubrirá al niño que maten mañana...
que será el tuyo, el mío, el nuestro.
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